Texto: Octavio Díez Cámara ® Fotos: Octavio Díez Cámara ®, Glendale
En el devenir de las visitas que realizamos a diferentes unidades policiales alrededor del mundo para conocerlas mejor hemos tenido distintas experiencias de primera mano para conocer algunos de los procedimientos operativos que podrían emplear en el curso de sus operativos. Curiosas, por lo que define su preparación y ejecución, son aquellas en las que se usan diferentes tipos de cargas explosivas para tirar abajo puertas y ventanas, practicar agujeros en paredes desde los que realizar disparos efectivos sobre los que están dentro, o para facilitar la entrada a recintos especialmente protegidos.
No es usual que las agencias policiales que las practican enseñen a terceros esos procedimientos tan específicos. La Revista TACTICAL-Online les va a presentar, sobre todo en las imágenes que acompañan estas páginas, algunos de los ejercicios que, para mantener su capacidad en la materia, realizan los componentes de la Unidad Táctica de la Policía de Glendale, en el área metropolitana de Phoenix en Arizona. Estuvimos con su SWAT (Special Weapons And Tactics) y su Equipo de Desactivación de Explosivos (EOD, Explosive Ordnance Disposal) -ambos formando parte de la Unidad de Respuesta de Emergencias- durante una jornada formativa eminentemente práctica en la que aprovechaban una edificación que se iba a demoler para ejercitarse en ella en condiciones especialmente próximas a la realidad que caracterizaría uno de sus despliegues tácticos; en Estados Unidos, como ya hemos vivido en otras ocasiones, suele ser habitual que los departamentos de Policía aprovechen hoteles, edificios o fábricas que se van a demoler para ejercitarse en el tiro, entradas mecánicas o entradas explosivas allí, para así capacitar mejor a su personal.
Entradas explosivas
La experiencia que aquí les presentamos refleja la notable preparación de aquellos que forman parte del SWAT de Glendale, Unidad que ya les presentamos en anteriores números de TACTICAL-Online. La hemos visitado durante las dos últimas décadas en varias ocasiones e incluso hemos sido partícipes de algunos de sus ejercicios más especializados. En esta ocasión, lo que iban a realizar era la parte práctica de una jornada que cada mes dedican a su preparación más intensa en diversas metodologías propias del asalto policial; en este caso concreto se desarrollaba en un área urbana, con otros próximos, aunque la particularidad de lo que realizaron sirve también para los situados en zonas más rurales.
Los agentes SWAT procedieron después de personarse en el lugar de concentración, al que llegaron con sus vistosos vehículos, furgones y hasta un potente blindado de ruedas Lenco, a concentrarse alrededor del teniente que lideraba la práctica. Lo primero, recibir determinadas instrucciones y lo segundo repasar el equipo personal y armamento que llevaban en su equipación para ese adiestramiento. Era, por las condiciones propias de las explosiones, especialmente relevante todo lo relativo a la protección de ojos, oídos, cabeza, manos y torso, por lo que los agentes se repasaron a si mismos y a sus compañeros para las últimas comprobaciones.
Posteriormente, ya con más calma, recogieron del “Bear” -un blindado de Lenco de grandes dimensiones-. una serie de armas idénticas a las que ellos emplean en sus acciones reales pero que tenían partes pintadas de color azul. Se trataba de pistolas Glock y fusiles de asalto tipo M4 adaptadas con un sistema de tiro reducido que facilita la realización de entradas y asaltos con un nivel de riesgo mínimo, pudiendo los agentes disparar sus armas con total seguridad en entornos en los que también hay otros compañeros interactuando.
Mientras se preparaban, los artificieros del núcleo EOD repasaban algunas de las cargas que traían consigo para acabarlas de acondicionar a las distintas prácticas que tendrían lugar aquella jornada. En general y para incidir en la seguridad de los participantes, se trataba de artefactos preparados con antelación en un lugar especialmente acondicionado para lo que a ellos les define y caracteriza. Algunos artefactos incluían explosivo y agua con una cuerda para poderlos colgar, otros estaban concebidos sobre la base de elementos lineales de cordón detonante con cinta adhesiva para ser fijados donde fuese oportuno, y también los había con distintas formas para poder “atacar” determinados puntos de la edificación objeto de las prácticas.
El objetivo era que los presentes y participantes viesen diferentes opciones y validasen por si mismos las capacidades de cada una de ellas en apoyo de sus actuaciones de detención más inmediatas. Tras reunirse todos, y repasar diversos aspectos relacionados con la seguridad de lo que se iba a hacer y del entorno en el que se estaban -no muy lejos de allí algunos civiles miraban con atención, o lo intentaban, para averiguar lo que estaban haciendo esos uniformados de la Policía de Glendale en una zona que quedaba fuera de su jurisdicción normal-, los artificieros avanzaron primero hacia el lugar objetivo. Nosotros lo hicimos con ellos para recibir determinadas instrucciones sobre nuestra colocación cuando ellos se moviesen con las cargas reales, garantizando así nuestra seguridad y la suya.
Aquellos especialistas miraron con detenimiento los materiales empleados en la construcción de las paredes de la casa –sobre todo paneles de madera con un revestimiento interno aislante-, dieron un repaso a la puerta y a sus elementos de fijación -bisagras y cerradura-, comprobaron el grosor de los vidrios de las ventanas y se fijaron en otros aspectos, como cuál era la distancia entre el suelo y el voladizo del tejado. Todo ese análisis previo estaba dirigido a tener una percepción más precisa del objetivo, lo que incidiría favorablemente en el cometido práctico que les había reunido allí. Incluso, avanzaron con una manta de tejido balístico hacia la zona de la puerta y practicaron la posición más idónea de ubicarse protegidos bajo ella en una posición especialmente cercana a la explosión, para así moverse con rapidez tras la deflagración hacia el interior de las distintas estancias donde se habían situado estructuras con blancos que simulaban la presencia de terroristas que debían neutralizar o abatir.
Poco después volvieron a la mesa donde se encontraban los distintos artificios y cogieron uno formado por dos elementos adhesivos de unos cuarenta centímetros y cordón detonante. Lo manipularon para fijar el cable asociado al detonador no eléctrico y verificaron que todo estaba en orden. Dos oficiales, se dirigieron hacia la puerta, retiraron el protector de la parte adhesiva y lo colocaron cerca de la cerradura. El objetivo, cortar la zona próxima a esta última para proceder a una entrada diligente al interior. Se situaron bajo la manta y avisaron al grupo que esperaba tras una esquina convenientemente preparado y con sus armas azules listas. Tras una seña al grupo con la mano comenzaron a manipular el dispositivo de activación. En unos pocos segundos se produjo la deflagración que proyectó hacia donde nos encontrábamos cámara en mano una gran cantidad de esquirlas y restos, dejando el ambiente por unos pocos segundos lleno de polvo y humo, casi sin visibilidad e irrespirable. Ellos llevaban máscaras antigás, igual que el personal de asalto. Pocos segundos después de la explosión entraba a la casa el primero de ellos, no sin antes dar una patada a la puerta que, pese a no tener ya cerradura, no se había abierto del todo. Entraron. Oímos entonces varios disparos. Silencio, más disparos y gritos: “Police, Police”. Silencio de nuevo, más disparos…
Distintas simulaciones
Dos minutos más tarde salía el grupo con un semblante bien distinto y menos tenso del que tenían cuando les vimos agrupados y preparados para el asalto dinámico. Volvieron a la posición de partida y esperaron. Fue entonces cuando, mientras un artificiero les hacía algunos comentarios, entramos en la casa. Moviéndonos por el comedor, cocina y algunas habitaciones pudimos ver varias siluetas de los terroristas. Todas ellas tenían sendos impactos en lo que aparentemente eran zonas vitales. Blancos, todos abatidos con celeridad, precisión, seguridad y efectividad.
Nos pidieron que volviéramos al lugar desde el que habíamos presenciado el asalto, el punto de seguridad. Desde allí teníamos buena visión, pero no la mejor, ya se sabe, todo lo relativo a explosivos, armas y demás es imprescindible mucha cautela para nuestra protección personal. Los especialistas cogieron esta vez una larga pieza con cinta adhesiva y la situaron cerca de las bisagras. Cerraron la puerta y la afianzaron con una estaca de madera, evitando así cualquier movimiento. Volvieron a guarecerse bajo la manta e incidieron en una segunda deflagración. Esta vez, al ser la carga más contundente, arrancaron la puerta metálica de cuajo y esta se doblo, proyectándose por la onda expansiva hacia el interior. Volvieron los policías del grupo de asalto y los disparos se sucedieron en un despliegue similar al anterior pero contando con distintos ejecutantes en lo que fue la acción de fuego propiamente dicha.
Entonces, nos indicaron que nos retiráramos un poco más. El artefacto que iban a explosionar era más grande que los anteriores y estaba encintado, por lo que no se podía ver lo que había en el interior. Preguntamos y la respuesta fue explosivo y agua, sin clarificar cual era el primero ni la cantidad de la segunda. Fijaron un elemento de anclaje adhesivo a la pared, colgaron el artefacto del anterior y unieron el cable de su detonador a un extremo del mismo, retirándose hacia un punto próximo en el que se guarecían bajo la cobertura del tejido balístico de una manta que, por su aspecto, había vivido ya mucha vida de explosiones en su proximidad. Al detonar, y por nuestra posición, pudimos ver con claridad la proyección del líquido y del humo hacia los costados. Se produjo en la pared un pequeño agujero, pues lo que querían no era derribarla y sí abrir un hueco amplio para tener el mejor acceso al interior. Inmediatamente, se movieron hacia el agujero para buscar alguno de los blancos que estaban allí y disparar sobre ellos.
Esa misma acción, la repitieron varias veces más, aunque en esos casos usando cargas distintas que producían desde unos boquetes de poco más de veinte centímetros de lado a otros mayores, variando el tamaño en función de la tipología de la carga usada y de los efectos conseguidos con cada una de las que fueron probando, distintos y acordes con los materiales que se buscaba perforar. Recordamos que eran paredes de madera no especialmente resistentes ni contundentes. Las horas pasaron y realizaron no menos de una decena de explosiones distintas, aunque algunas por su localización en un punto más alejado del nuestro no las pudimos ver ni fotografiar. Fueron abriendo agujeros en varias paredes y también volaron alguna ventana, todo para que los agentes tácticos del equipo, que en esta práctica también incluían a un pequeño grupo de recientes aspirantes que acababan de completar su SWAT School, fueran habituándose a lo que comportan todos aquellos protocolos en los que es conveniente aplicar los efectos de determinadas cargas en beneficio de una acción final.
Si la contundencia de estas prácticas quedó bien clara para nosotros y para los presentes, lo que hicieron después fue entrenarse en otro tipo de protocolo que también les puede ser necesario. Empleando una larga herramienta metálica con un elemento de corte en su parte extrema, se enfrentaron a otra particularidad de un asalto a un edificio. En este caso lo que hacían era que el portador de la anterior rompía con una serie de movimientos rápidos el vidrio de una ventana elevada y la limpiaba casi totalmente de restos que pudiesen cortar. Inmediatamente, quienes le acompañaban se proyectaban hacia ella de forma que uno empuñaba su arma corta y la disparaba contra la diana del interior y otro u otros le sujetaban para brindarle la estabilidad necesaria para que lograse ser efectivo con su acción de fuego.
La jornada fue intensa y la casa objetivo acabó sin puertas ni ventanas y con numerosos agujeros en sus paredes. El interior también presentaba los efectos propios de las numerosas acciones realizadas. De esta forma, empleando un escenario que tiene las mismas características que otros de la zona -la construcción modular de las casas es habitual en esta zona de Estados Unidos y en muchas otras del país en las que no son habituales ni tornados ni huracanes-, pudieron valorar cómo hacer frente a situaciones con rehenes, enajenados o terroristas que debieran ser neutralizados en una acción iniciada desde el exterior y que se proyectaba diligentemente hacia el interior. La contundencia de las operaciones de asalto empleando cargas explosivas requiere de entrenamientos buscando la máxima eficiencia y los que protagonizan estas páginas nos dejaron claro que sí la tienen porque se han preparado, y preparan, para ello. ¡Gracias agentes de la Policía de Glendale!.
Texto: Octavio Díaz Cámara ® Fotos: Octavio Díaz Cámara ®, Glendale
Este artículo fue publicado en la Revista Tactical Online de Diciembre 2020.